UN GRITO AHOGADO 1.2


Había mucho calor y los latidos de su corazón eran acelerados, poco a poco sentía como una mano se iba metiendo entre sus piernas, y el recorrido que los dedos de aquel hombre  estaban haciendo cerca de su pequeño calzón. De pronto sintió como sus piernas se abrían al mismo tiempo que sentía muy cerca de ella una respiración entre cortada. No sabía qué hacer, no podía moverse, su cabeza estaba en blanco, ni siquiera podía respirar.

Mientras aquel violador, introducía sus dedos en la parte más íntima de Amanda, parecía que el tiempo se había detenido, de pronto quería moverse pero sus piernas no le respondían, sus manos se habían quedado sin fuerzas y su boca solo se entreabría para soltar pequeños quejidos por el dolor que le estaba causando Arturo.

De pronto se escucharon golpes en la puerta de madera, justo la misma puerta en que Amanda había escogido para esconderse detrás de ella, los golpes en aquella madera vieja y endurecida eran tan fuertes como los que Amanda empezaba a sentir en su acelerado corazón.
Sin decir una sola palabra y, con un ligero movimiento Arturo puso la mano izquierda en la boca de Amanda, no quería ser descubierto, sus ojos estaban desorbitados, tenían un brillo escalofriante y una sonrisa  retorcida que Amanda jamás podría olvidar.

Habían pasado unos minutos, quizá unos segundos, pero para Amanda parecía que habían sido días enteros, en ese momento, Arturo se acercó al oído de aquella niña a la cual en esos instantes, como cualquier burdo ladrón le había arrebatado la candidez e inocencia. Como balde de agua fría cayo la voz chillante y estrepitosa de Arturo, el cual susurro: “Vete, no digas nada, conmigo el juego aún no ha terminado”

Amanda abrió la puerta y sintió como el sol deslumbraba,su entorno, parecía que todo era blanco ante  sus ojos y sin decir nada, corrió tan fuerte como su ímpetu y dolor le permitían,  no quiso mirar hacia atrás,  tan solo quería refugiarse en un lugar seguro y fresco.

Tras llegar a su casa, Amanda entro a su habitación, tiro la puerta tan fuerte que resonó en el ventanal que vestía su cuarto y sin decir más, se puso a llorar.

UN GRITO AHOGADO


Era una mañana de sábado, como era usual a las 8:30 am sonaba la primera campanada para ir al catecismo,  Amanda ya estaba dispuesta aún en pijama a ver su caricatura preferida “ositos cariñositos”.

A su alrededor se escuchaba la licuadora a todo motor, el cuchicheo de las señoras al caminar frente a su casa, todo parecía normal.

Tras dar las 9:00, Amanda estaba sentada en primera fila escuchado el tema de ese día, ella se había puesto un vestido muy especial, blanco con detalles en rojo y unas figuras bordadas que su abuela le había hecho a mano, se había puesto unas tobilleras blancas con sus zapatos de suelas corridas, como toda niña de 6 años tenía.

La campana sonó y como era de esperarse corrió a la salida, dispuesta a pasar un día con sus amiguitas. Llego a la casa, tiro la mochila a un lado y salió al patio trasero, donde Lucia, Gabriela, Antonia y Marisol la esperaban para jugar.

Cerca del patio  grande había un local de frutas, el cual siempre era atendido por una pareja de esposo ya mayores, que en ocasiones les regalaban frutas.

Ese día ellas decidieron jugar a las escondidillas, siempre se inventaban juegos por desafiar, pero ese mediodía estaban dispuestas a jugar algo que les permitiera cuidarse del fuerte sol, quizá estaban a unos 35°C.

Había pasado ya un rato, Amanda había recibido su castigo por no encontrar a ninguna de sus amiguitas, las cuales le impusieron cantar en pleno sol. Gabriela había hecho 15 sentadillas, Antonia había dado 5 vueltas al parque estaba cerca de sus casas. Ahora el turno de Lucia, junto a un enorme árbol de coco y contando de manera paulatina llego hasta el número 30.

Amanda se encontraba cansada y con mucho calor, el sudor se acercaba a su frente, y lo más cerca y seguro que tenía era aquel lugar donde vendían frutas. 

Corrió con la esperanza de no ser encontrada, y sin mirar atrás entró en aquel local.

Se escondió detrás de la puerta y, al darse cuenta, el dueño del local estaba cerrando el lugar, primero bajo la cortina de aluminio que daba claridad a donde Amanda estaba, después cerró la puerta que estaba a un lado y de pronto la oscuridad se apodero del lugar.

Amanda se quedó quieta y cerró los ojos  sin saber lo que estaba a punto de suceder.